He pasado dos veces por frente a la habitación contigua, donde se halla María, la brasileña, y estaba abierta. Me pareció no ver a nadie adentro excepto las maletas de sus dueñas (es un cuarto acomodado exclusivamente para las mujeres). Es una habitación al lado de la 132 donde me han ubicado a mí desde aquella noche del 22 de Diciembre, cuando me trasladaron desde el Albergue de Cuatro Vientos. Entonces me prometieron que sería una habitación con tres camas, compartiría la habitación solo con otros dos individuos y que aquellos serían personas que tienen mi mismo perfil. Finalmente, la habitación 132 no tiene 3 camas individuales sino 3 camas dobles, es decir, camas para 6 personas. He luchado mucho para ubicarme al lado de la ventana y controlar el filtro de aire que se mete en la habitación cada noche, mi única reivindicación. Me acuesto con la cabeza hacía ese resquicio, como si de una naciente de agua pura se tratara y yo fuera un pescado que sobrevive gracias a ese surgente. Anoche, por ejemplo, la dejé bastante abierta ya que el aire de afuera, la temperatura, era más bien tibia a diferencia de otras noches cuando sí el aire era frío. Todos los otros problemas (olores y tumores, reacciones agresivas y falta de solidaridad social, etc) no han sido razones para quejarme tanto como la de hallarme al lado de la ventana, en la cama de arriba y controlar el aire que entra. Creo que sufro de claustrofobia. En la cama donde duermo estaba un tal Rava, de Marruecos, quien hace sus actividades por la noche y duerme durante el día. Y otros más quienes dormían en la cama de abajo y se quejaban que el aire que entraba por la ventana era demasiado frío y tal. Rava y los que se quejaban ya están en camas separadas de la ventana o se han marchado (algunos fueron expulsados del programa Campaña Municipal Contra el Frío) y el problema virtualmente ha sido solucionado.
Cuando salgo del baño compartido, como son casi todos los servicios en un Hostal (cocina, sala de TV, habitaciones con camas dobles, etc), me pregunto si a María se le habrá olvidado cerrar la puerta antes de salir, puesto que la he visto dirigiéndose hacia el baño de las mujeres, hace unos minutos. Incluso nos habíamos saludado.
“- María, estás ahí ?”- alzo la voz cerca de la puerta del baño.
“- Sí, aquí estou !”,- se la oye desde su habitación. Me dirigí hacía su habitación. Estaba ella detrás de la puerta, escribiendo en su mesita, en un ordenador plateado. No sabía que tenía ordenador ya que me ha pedido prestado mi ordenador dos veces, desde que la dirigí la palabra hace unos días atrás en la sala de reuniones. Anoche me enfureci puesto que me ha pedido prestado 50 céntimos para completar el precio del sandwich que iba a comprar de la máquina expendedora. Le dije cosas como “No me importa lo que pienses de mí, pero no me gusta que se me pida nada” y “Si voy a construir una relación amistosa con alguien, que aquella sea desprovista de necesidades, es decir, ni yo pedir nada ni tú hacerlo”. María me estaba pidiendo pequeñas cosas con frecuencia y casi todos los días. Ayer, cuando estaba por salir a almorzar al comedor de las Hermanas de la Caridad de la Orden de Santa Teresa de Calcuta, a unos tres kilómetros de aquí, caminando, me pidió que le traiga comida en el tupper. Esa misma noche, lo de los 50 céntimos...
En fin, tengo que dar gracias a Dios ahora. Gracias por estar vivo, por estar pernoctando en este Hostal pese a todos los inconvenientes. Que el gobierno municipal, a través del SAMUR SOCIAL, esté pagando mi estancia aquí, eso es una gran ayuda. Esta mañana, mientras contemplaba mi rostro en el espejo, después de ducharme, me hacía la siguiente pregunta: “Estoy aprovechando de la mejor manera esta ayuda?” Lo que Sofía, la trabajadora social de referencia, me pide es que intente ahorrar dinero lo suficiente mientras haga uso de estas instalaciones. La verdad es que no estoy ahorrando lo suficiente, ya que hay condicionamientos a sortear y que pueden interpretarse como excusas. El estado del tiempo me afecta en muchas maneras, ya que trabajo en la calle y dependo directamente de los días de sol. Otro de los inconvenientes entre comillas, es la distancia. Si voy al centro, a esos lugares donde suelo vender mis artesanías, en las terrazas de La Latina, Malasaña, Chueca, Plaza 2 de Mayo, etc, son aproximadamente 30 kilómetros en bicicleta y caminando, por supuesto. Hacer esa distancia cotidianamente, al mismo tiempo, me ayuda a lograr la fatiga positiva que me permite dormir bien. Dormir bien, cagar bien y comer bien son los tres estados en que se traduce mi escala de bienestar. Y, eso, a no olvidar, lo logro con la bicicleta. Veré qué hago esta mañana, ya que el día está nublado.
Comentarios